Al menos no en el cielo.
Me han endulzado la tarde con una de las compañías más gratas que se puede tener en este mundo.
Me han amargado la noche haciéndome flotar para luego pasar a algo muy cercano al desprecio.
Pero me han vuelto a endulzar el amanecer con unos pocos croissants de chocolate blanco, especialmente para mí -ahí está el detalle-, un número no guardado y la nostalgia de otros tiempos mejores, en los que el cariño se recibía por ser quien soy.
Si no hubiera....
vuelve a llover