Los mismos ojos, pero más cansados y más ciegos.
La misma sonrisa, el mismo ceño, pero con caminos ya marcados por el tiempo.
La melena que ya llega a las caderas, que siguen como estaban.
Y la cabeza, la cabeza más sosegada y acostumbrada a los giros y rebotes que da la vida cuando menos te lo esperas.
No soy la misma persona que escribía estas líneas hace años. Pero soy quien soy gracias a ella.